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El lenguaje y la neurociencia, indispensables para la normalización de la discapacidad

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¿El lenguaje y sus conceptos moldean la realidad o, por el contrario, somos las personas las que, a partir de lo que vemos, generamos el lenguaje?

Es difícil contestar a estas preguntas, sobre todo si se tiene en cuenta que las dos opciones son válidas. El lenguaje y sus conceptos moldean nuestra realidad de la misma forma que  creamos nuevas palabras para nombrar lo que vemos o vivimos. Pero, ¿qué ocurre con todo aquello que no es nombrado? ¿O con lo que no se corresponde con su nombre? La realidad va más allá de lo que entendemos por realidad y es imprescindible que seamos conscientes de esto para poder mejorar nuestra forma de vivir en ella. 

Cuando tenía 12 años le pedía a mi madre que me dejara salir con mis amigas hasta la 1 de la mañana, porque a ellas siempre las dejaban y para mí esto era lo normal. Sin embargo, mi madre no estaba de acuerdo: salir hasta la 1 era normal para mí y para mis amigas, pero eso no significaba que fuera lo normal para todo el mundo. Mi madre tenía razón. Si en ese momento yo hubiera decidido dejar de salir con mis amigas mi idea de normalidad habría cambiado. Mi madre me hizo ver que lo que yo entiendo como normal no tiene por qué ser normal para otras personas.

El concepto de normal, por lo tanto, es relativo: si pudiéramos preguntarle a todas las personas del mundo qué entienden por normalidad, cada una nos diría una cosa diferente. Al final, lo normal es lo que vemos o vivimos de forma habitual. Pero, ¿qué pasa con todo aquello que no se entiende como normal? Os lo digo: todo aquello que no se ve como normal sufre discriminación. Las cosas deben ser nombradas según lo que son y no según lo que creemos o nos gustaría que fueran. La realidad queda escondida detrás del lenguaje, así que nuestro trabajo es hacerla visible. 

Dejemos de convertir lo habitual en lo normal porque, al hacerlo, creamos prejuicios que ralentizan el avance de la sociedad. No todas las personas con discapacidad tienen las mismas necesidades, no todas las personas con discapacidad viven lo mismo, no todas las personas nos movemos igual o queremos lo mismo. Debemos normalizar la diferencia y la diversidad. Puede parecer una paradoja decir que debemos hacer normal lo diferente, sin embargo es posible: lo normal es que no existe lo normal ni lo prefijado. Las personas somos únicas y diferentes, y todas las realidades deben y merecen ser visibles. No podemos dejar que los conceptos escondan a las personas. Realmente lo único que nos hace iguales es que somos diferentes.

Por todo ello, a nivel personal y respetando cualquier opinión, soy partidaria de que se me identifique como persona con discapacidad, alejándome de términos que puedan generar incertidumbre y/o confusión. Si somos capaces de que esto suceda, mi condición de discapacidad no es más que una consecuencia, como cualquier otra, que no debe influir en mis capacidades para el desarrollo de cualquiera de mis esferas de vida. Mi verdadera diversidad es aquella que no está certificada con un 33%, sino aquella que caracteriza mis deseos, habilidades, talento, mi forma pensar, mi forma de relacionarme con los demás y que no es ni más ni menos que la que me ha dado mi historial vital (al igual que en cualquier otra persona que no tenga barreras a simple vista). 

Llegado a este punto, donde ya he hablado de la importancia del lenguaje, de la verdadera diversidad de la persona y la necesidad de la normalización, es el momento de destacar el papel de la neurociencia para explicar el funcionamiento de nuestro cerebro y cómo nuestro comportamiento  contribuirá positivamente al tan ansiado cambio. 

Somos conscientes de que la función cerebral, entre otras, es regular nuestras conductas en función de la información que percibimos y de que gracias a ello hemos sobrevivido a lo largo de la historia. En un proceso de normalización de este tipo destacamos el papel de la neurociencia como factor elemental para que nuestro cerebro identifique la información que estamos recibiendo, en este ámbito, y no la encasille como una amenaza. 

Nuestro cerebro es una auténtica máquina que funciona a una velocidad brutal y además, es muy ordenado, toda la información que percibe la clasifica por categorías para poder reconocerla rápidamente cuando necesita acceder a ella. Pero también es el responsable de jugarnos malas pasadas y aquí es donde aparecen los sesgos inconscientes. ¿Qué es lo que ocurre cuando percibimos una información negativa sobre un colectivo de personas?, en ese momento entra en juego el sesgo de confirmación y el sesgo de negatividad, ambos son responsables de afianzar dicha información en nuestro cerebro y generan lo que todos conocemos como prejuicios.

Esta mala pasada viene derivada de las neuronas de nuestro polo temporal anterior (amígdala), que se ponen en funcionamiento para afianzar los prejuicios. Lo importante es que gracias a la neurociencia conocemos cómo funciona nuestro cerebro y de qué manera podemos impedir que se sigan generando este tipo de prejuicios. Aquí la protagonista es nuestra corteza prefrontal medial, nuestra gran aliada para activar la empatía cuando nuestro cerebro percibe una información sobre un colectivo en concreto. De esta manera, generamos una opinión fundamentada y evitamos que nuestro cerebro tenga en cuenta el prejuicio que tenía encasillado anteriormente, consiguiendo con ello que la palabra discapacidad se visualice de forma automática como pensamiento positivo. 

El pasado 3 de diciembre en conmemoración al Día Internacional de la Discapacidad pusimos en marcha una campaña en la que invitamos a través de nuestras redes sociales a crear el Bosque de la Discapacidad que eliminara el CO2 de los prejuicios. Solicitábamos dibujar un árbol y agradecemos enormemente a todas las personas que difundieron y colaboraron activamente en ella. Segmentando los dibujos recibidos,  encontramos que el 83,3% de las personas dibujó el árbol sin raíces al mismo tiempo que incorporaba otros elementos como hierba o flores, mientras que tanto solo el 16,6% incorporó al dibujo las raíces del árbol. 

Este resultado nos lleva a la conclusión de que es evidente que cada persona percibe de forma distinta una misma realidad y que en algunos casos esta versión está alterada por diferentes filtros. Es decir, hay diferentes interpretaciones de un mismo escenario  y, en ocasiones, esto nos conduce a lo conocido como sesgo inconsciente que no es ni más ni menos que la percepción que nuestro cerebro ha generado de algo o alguien y que en muchas ocasiones nos conduce a perdernos la autenticidad de lo visualizado. 

El apasionante mundo de la neurociencia y aplicabilidad en este campo es tan amplio que daría para un sinfín de páginas, de hecho, los avances actuales nos hacen estar pendientes ante los múltiples descubrimientos y aplicaciones que se realizan en este ámbito.

Si has llegado hasta el final de este texto es que tu cerebro es más empático y consciente que el de la mayoría de las personas.   

Mar Aguilera

Directora General de Fundación Alares

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